Tratados Evangélicos


"Algunas Cosas Cambian...
Otras No
"

Amigo lector: pienso que usted estará de acuerdo con el título de este tratado.  ¿Acerté?  ¡Probablemente sí!  Sin embargo, reconocer que las cosas cambian no es tan importante.  Más importante es saber qué cosas cambian y cuáles no.  Ello incidirá en algo de suma importancia para usted, a saber:  ¿Dónde pasará Ud. la eternidad?

 Si se fijó en el título, vió gráficos de algo cada vez más común en los pueblos del mundo:  una computadora (PC) y sus varios accesorios.  ¡En realidad, un gran cambio! Tal vez Ud. -así como yo- lleva puesto un reloj digital.  ¡Otro gran cambio de lo viejo a lo nuevo!  ¿Verdad que sí?

 Maravillados de dichos adelantos, tal vez pensemos que por ello la raza humana está mejorando, superándose.  Pero, la verdad del caso es que, si bien el hombre conoce más las complejidades y las maravillas de la creación de Dios, cada día se aparta más de él, envaneciéndose en el pecado, cada día más corrompido en el mal.

 La Biblia enfatiza -y el pecador escoge ignorar- que "el mundo se pasa y su concupiscencia"(1 Juan 2:17);  y "la apariencia de este mundo se pasa" (1 Corintios 7:31).  Dios dice que todo lo que está en el mundo tendrá su fin, incluyendo la vida física.  A todos nos llegará el día de la muerte, pues "está señalado a los hombres que mueran una vez, y después el juicio" (Hebreos 9:27).  ¿Sabía usted eso?  ¿Lo cree?

 El título arriba afirma que "algunas cosas cambian".  ¿A qué me refiero, ya que la Biblia dice en Eclesiastés que "nada hay nuevo debajo del sol"? (1:9).  Pudiéramos preguntarnos:  "¿Y no hay descubrimientos nuevos y adelantos científicos en cada edad y siglo, prueba de que, en efecto, hay cosas nuevas?"  Si estuviera Dios hablando de lo material, tal como la electricidad, imprenta, computadora, y tantas otras cosas útiles, tal vez nos diría que sí "hay cosas nuevas".

 Pero, Dios no habla aquí de tales cosas. Habla, más bien, de la esencia de la vida, de lo que es el hombre en su interior, del comportamiento que tan claramente muestra lo que hay en nuestro corazón.

 Antes, el hombre no mataba con balas, pero, mataba.  En el pasado no existían los impresos y la televisión para satisfacer los deseos fornicarios, adulterinos; mas, vivían fornicando y adulterando.  Antes, el hombre no viajaba de un lugar a otro en avión, o en autobús, pero llegaba, no importa el tiempo que tomara.  Aunque cambien los medios que el hombre usa para lograr sus deseos e intenciones, la verdad es que el hombre en sí no ha cambiado, excepto para empeorar, para hundirse más y más en su pecado.

 Desde que Dios nos creó, existe también el destino eterno del alma en uno de dos lugares.  Dios creó el Paraíso, o Cielo (Juan 14:1-3) como destino eterno para los salvados por su gracia y un lugar llamado Infierno para el Diablo, sus ángeles (Mateo 25:41) y los que mueren en su pecado por no haber creído en Cristo.

 Al morir, todo ser humano va al Infierno o al Cielo, según haya sido su relación con Cristo aquí.  Los antiguos que murieron sin Cristo están en el mismo infierno donde irá el incrédulo moderno, no importa cuántos adelantos goce aquí.  Además, los que ya murieron en la fe gozan, hoy, de la misma presencia de Cristo que los que hoy creemos en Cristo habremos de gozar, tengamos o no comodidades modernas aquí.

 ¡Es glorioso saber que lo que nos asegura la eternidad con Cristo en el cielo nada condido tiene que ver con nuestros logros sociales, educativos o científicos en este mundo!  La vida eterna -garantizada por sangre- es sólo para los que aquí creemos en Cristo.

 Afirmamos que el fundamento de la vida eterna jamás ha cambiado, pues "Cristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos" (Hebreos 13:8).  El no cambia.  Gracias a Dios, que aunque "la paga del pecado sí es muerte", la "dádiva de él es vida eterna en Cristo Jesús" (Romanos 6:23).  Las cosas que cambian no pueden salvarle del pecado y la muerte eterna.  Lo único que puede cambiar el destino eterno de su alma es la confesión de su pecado ante Dios y la fe en la sangre de Cristo, que quita todo pecado. Sólo así hallará vida y esperanza eterna.

 Algunas cosas cambian, pero, ¡otras no!  Recuerde: aunque Ud. ocupe intensamente su vida en las cambiantes cosas terrenales, no podrá evitar que su alma, al fin, enfrente las cosas incambiables y eternas de Dios.

 O conocerá en Cristo la salvación eterna que nadie ni nada podrá arrebatarle o fuera de él lo que es el tormento eterno, lejos de Dios.  ¿Por qué no examina su corazón hoy y busca de Dios mientras aún hay tiempo?
(D.M.S.)

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