¿Qué Eres Delante de Dios?

 "Y VIENDO las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron á él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos." (Mateo 5:1-3)

 
Puede leer Mateo 5  aquí.  El texto bíblico abrirá en una página separada,
por lo que podrá moverse entre este estudio y la Escritura correspondiente sin niguna dificultad. Oramos que Dios le bendiga a través de este estudio.

 Hoy quiero empezar una serie de meditaciones sobre las bienaventuranzas, que se encuentran en Mateo 5:1-12. Con estas nueve bienaventuranzas, Jesus empezó a predicar el sermón más famoso que ha sido predicado en toda la historia-- el Sermón del Monte. Normalmente, en las predicaciones modernas, los predicadores intentan captar la atención a los oyentes con una ilustración o anécdota interesante. En el Sermón del Monte, Jesus prescinde de ilustraciones, y empieza en seguida con enseñanzas aparentemente sencillas, pero en realidad, profundísimas. Empieza su sermón dándonos una descripción de las personas que en este mundo son "bienaventuradas."

 La palabra "bienaventurado" es traducida en algunas versiones modernas como "feliz." Sin embargo, Jesus no está hablando aquí de la mera felicidad. Está hablando del "favor y aprobación" de Dios. Los bienaventurados son los objetos del favor divino, y reciben su aprobación. Por eso, son felices, porque han sido bendecidos por Dios. Un ejemplo clásico de la "bienaventuranza" de Dios se ve en el caso de María. Aunque en sí misma, ella era una pecadora, como cualquier otra mujer nacida de Adán, por el favor inmerecido de Dios, halló la aprobación divina. Dios la favoreció y la bendijo entre todas las mujeres, escogiéndola para ser la madre del Señor Jesucristo. Ella se sintió tan abrumada por el favor inmerecida de Dios, que dijo, "He aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las naciones."

 Esta es la palabra que Jesus usó para empezar su sermón. Proclamó el favor de Dios para con un grupo determinado de personas. Es una manera muy original de empezar un sermón, y despierta en nuestros corazones una serie de preguntas. ¿Por qué empezó Jesus su sermón así? ¿Qué relación tienen las bienaventuranzas con el resto del Sermón del Monte? ¿A quiénes van dirigidas estas palabras? ¿Exigen alguna respuesta de nosotros?

 Para entender el significado de las bienaventuranzas, es importante verlas su contexto histórico.

 I. CONTEXTO HISTÓRICO-- Al final de Mateo 4, leemos un versículo que arroja luz sobre el ministerio de Jesus en su primera fase, cuando empezó a andar por Galilea y predicar a las multitudes. Mateo 4:23-- "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo." Aquí vemos cómo Jesus ministraba a la gente al principio de su ministerio público: les predicaba y les sanaba, y el tema de su predicación era "el evangelio del reino."

 En el capítulo 9 de Mateo, encontramos un versículo casi idéntico. Mateo 9:35-- "Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo." Otra vez, vemos que el ministerio de Jesus incluía predicación, juntamente con obras de poder-- en particular, sanidades milagrosas. Otra vez leemos que el tema de su predicación era "el evangelio del reino". Estos dos versículos, pues, resumen en pocas palabras todas las actividades de Jesus al principio de su ministerio público.

 Ahora bien, si echamos un vistazo al contenido de los capítulos que están entre estos dos versículos, nos damos cuenta de que estos capítulos se dividen en dos secciones: los capítulos 5 al 7 nos explican en detalle las enseñanzas de Jesus; y los capítulos 8 y 9 contienen muchas historias acerca de las obras de Jesus-- en particular, sus obras de sanidad milagrosa. Así que, lo que tenemos en estos cinco capítulos es un cuadro detallado y hermoso del ministerio de Jesus, resumido brevamente en 4:23 y 9:35.

 Si Jesus predicaba el "evangelio del reino" en todas las aldeas y ciudades de Galilea, no nos debe sorprender si el tema del "reino" se destaca en el Sermón del Monte. De hecho, el "evangelio del reino" es el gran tema del Sermón del Monte y, también, de las bienaventuranzas, como vemos en los versículos 3 y 10: "Bienaventuradas los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (v. 3) "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos" (v. 10). Si vamos a entender las bienaventuranzas, pues, primero tenemos que entender lo es el reino de los cielos (llamado en otros textos el "reino de Dios").

 II. EL REINO DE DIOS--

 El reino de Dios era la gran esperanza de los judíos en los tiempos de Jesus. En aquel entonces, los judíos vivían bajo el yugo del gobierno romano, dominados y oprimidos en su vida nacional por un régimen pagano. Mientras la gente pagana a su alrededor tenía un concepto cíclico de la historia (la historia da vueltas y vueltas interminablemente, sin jamás llegar a una meta), los judíos tenían un concepto lineal de la historia; es decir, creían que la historia estaba progresando, bajo la mano de Dios, a un un punto culminante. Ese punto culminante era la venida del Mesías y el reino de justicia que él establecería en la tierra.

 Ese reino pondría fin al dominio romano y restauraría a la nación de Israel su gloria antigua; el reino Mesiánico sería un reino caracterizado por justicia en la tierra. Aun los pueblos paganos reconocerían al Dios de Israel como el verdadero Dios. La tierra misma sería restaurada y los efectos de la caída serían quitados. Muchos judíos anhelaban la venida del Mesías, pero muy pocos comprendían el carácter espiritual del reino. Por lo cual, aunque deseaban entrar en el reino, no estaban espiritualmente preparados.

 En este sermón, Jesus se dirige en particular a sus discípulos, quienes han confiado en él. (Mateo 5:1-2) Al mismo tiempo, quiere que todos sus oyentes-- aun los que no han creído en él de corazón-- lleguen a comprender el carácter espiritual de su reino. Por eso, cuando abre su boca, empieza a describir el carácter de aquellos a quienes pertenece el reino de Dios. Quiere que todos comprendan-- no solo sus discípulos sino también los demás-- que no todos los que desean entrar en el reino entrarán, sino solamente aquellas personas que están espiritualmente preparadas.

 El reino de Dios es un reino espiritual, y solamente los que son espirituales tienen parte en ese reino. Las Bienaventuranzas, pues, tiene una doble función: consolar a los que ya han entrado en el reino por la gracia de Dios, y despertar a los demás, para que vean su necesidad de Dios y su misericordia.

 ¿En qué sentido, pues, es el reino de Dios un reino espirtual? En primer lugar, a diferencia de los reinos de este mundo, no tiene fronteras geográficas. Se encuentra en medio de este mundo, por supuesto, pero no tiene su orígen en este mundo, sino que desciende de lo alto con poder espiritual-- por lo cual, se llama "el reino de los cielos." Mas que un lugar en el mundo, el reino se refiere a una actividad divina en el mundo-- la actividad de Dios mismo obrando en las vidas de personas para otorgarles las bendiciones de la salvación. Donquiera que Dios esté obrando en gracia para salvar a su pueblo de sus pecados-- allí se ve el reino de Dios.

 Además, el reino es espiritual porque en su primera fase viene al mundo sin ninguna gloria externa y visible. Al final de la historia, el reino vendrá con gloria visible; cuando Jesus venga con las nubes, todo ojo le verá (Apocalipsis 1:4). Sin embargo, en su primera fase, el reino de Dios viene de forma invisible a corazones humanos. Viene dondequiera que Dios esté obrando mediante su Palabra y su Espíritu para traer convicción del pecado y para generar fe en su Hijo Jesucristo.

 A la luz de este contexto histórico, podemos entender el propósito de Jesus en anunciar las bienaventuranzas. Está respondiendo a los anhelos e inquietudes sobre el reino de Dios que había en los corazones de sus oyentes. En particular, está contestando dos de las preguntas más urgentes sobre el reino:

 1) ¿A quiénes pertenece el reino de Dios?

 2) ¿Cuáles son las bendiciones que reciben?

 Todas las bendiciones mencionadas aquí pertenecen al mismo grupo de personas. Aunque hay nueve bienaventuranzas, no debemos pensar que Jesus esté hablando de nueve grupos distintos de personas. No es que algunos sean pobres en espíritu, otros mansos, otros misericordiosos o limpios del corazón. No, no. Todas las descripciones aquí se refieren al mismo grupo de personas-- eso es, a los ciudadanos del reino, quienes han entrado ya en el reino mediante un nuevo nacimiento espiritual.

 A ese grupo de personas les pertenecen todas las bendiciones del reino mencionadas aquí: consuelo, herencia, anhelos satisfechos, misericordia, una visión clara de Dios, y el título asombroso, "hijo de Dios." Jesus está diciendo, "Si eres un ciudadano del reino, todas las bendiciones del reino te pertenecen ahora mismo, y también, los puedes esperarlas en mayor grado en el futuro."

 Antes de estudiar la primera de estas bienaventuranzas, debemos guardarnos contra una aplicación incorrecta de este pasaje. Jesus no nos está enseñándo aquí sobre cómo podemos ser salvos. No está diciendo, "Si logras producir en ti mismo estas cualidades, obtendrás el derecho de entrar en mi reino." Si interpretáramos las bienaventuranzas de esta manera, convertiríamos el evangelio del reino en un mensaje de salvación por obras. Si viéramos las bienaventuranzas cómo normas de justicia que tuviéramos que cumplir para tener el derecho de entrar en el reino de Dios, entonces, haríamos con ellas lo que los judíos hacían con la ley de Moisés cuando intentaron establecer su propia justicia por las obras de la ley (Romanos 10:3).

 Estos versículos no nos enseñan el plan de salvación, sino que nos muestran los rasgos característicos de las personas que ya han sido salvos por la gracia de Dios. Estas bienaventuranzas no tratan el tema, ¿Cómo puedo yo ser salvo?, sino, ¿Qué características se manifiestan en aquellos que han sido nacido de nuevo? Cuando leo estos versículos, tengo que sentir mi completa impotencia para producir en mí mismo estas cualidades por mis propias obras y esfuerzos.

 Un pecador muerto en sus pecados jamás podría producir en sí mismo pobreza de espíritu, mansedumbre, pureza de corazón, o hambre y sed de justicia. Sería mucho más fácil que un leopardo mudara sus manchas o un etíope su piel que un pecador orgulloso se humillara ante Dios. "Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Romanos 8:8). Por lo cual, cuando leo estas bienaventuranzas, debería recordar que Jesus está descibiendo características que jamás aparecerían en personas en su estado natural.

 Aun en los ciudadanos del reino estas caracterísiticas aparecen muy imperfectamente. Si nuestra entrada en el cielo dependiera de manifestar en plena flor todas estas cualidades, no habría esperanza para ninguno de nosotros. ¿Quién de nosotros puede decir, "Ya me he curado absolutamente de la autosuficiencia y ahora dependo del Señor siempre en cada circunstancia? ¿Quién de nosotros llora por sus pecados como debería llorar? ¿Quién de nosotros somos tan mansos como deberíamos ser? ¿Quién de nosotros practicamos siempre la misericordia, o mantenemos nuestros corazones siempre limpios? Por eso digo que, si leyéramos estos versículos como una receta para conseguir la salvación, caeríamos al final, en la completa desesperación.

 Porque no somos, ni ahora, ni mañana, ni pasado mañana, todo lo que deberíamos ser. No reflejamos nunca las cualidades aquí destacadas en plena flor como deberíamos manifestarlas. Si soy honesto conmigo mismo, tengo que confesar que muchas veces, no manifiesto estas cualidades como quisiera manifestarlas; lo único que puedo decir cuando siento mi flaqueza espiritual es clamar a Jesus y decirle, "Señor, ten misericordia de mí, porque muchas veces , soy autosuficiente, no lloro, ni soy manso, ni soy misericordioso, ni hambriento de justicia, ni limpio de corazón. Señor, me encuentro a menudo espiritualmente flojo y frío e insensible. Por lo cual, ten misericordia de mí, Señor."

 Paradójicamente, es precisamente cuando reconocemos cuán poco manifestamos estas cualidades, que nos damos cuenta que el Señor ya está empezando a obrarlas en nosotros. Nos damos cuenta que la salvación es totalmente de él, y no de mí mismo en absoluto, porque la insatisfacción que siento con mi espiritualidad es, en sí misma, una evidencia de que Dios ha empezado ya a obrar en mí. Es entonces que puedo oír las bienaventuranzas como evangelio, y no como ley.

 Vamos a considerar, pues, la primera bienaventuranza, "Bienaventurados los pobre en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos."

 A. Los Pobres en Espíritu-- ¿Qué es "pobreza en espíritu"? Es importante no confundirla con otras clases de pobreza. No es lo mismo, por ejemplo, que la carencia económica. Es verdad que Dios usa la carencia económica, muchas veces, para producir en personas un sentido de dependencia de Dios. Por eso, Santiage dice que Dios "ha elegido. . .a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman" (Santiago 2:5). En ese contexto, Santiago claramente está pensando en personas que carecen de medios económicos, porque habla también del pobre con "vestido andrajoso" que entra en una congregación cristiana. Por lo cual, digo que Dios puede usar la carencia económica para despertar en personas un sentido de necesidad y dependencia de Dios.

 Sin embargo, no se puede identificar la carencia económica con la pobreza en espíritu, porque muchas personas pobres que no son pobres en espíritu. En la región de la Mancha, donde vivo yo, he hablado con muchas personas que viven en circunstancias muy humildes cuya pobreza no les ha hecho "pobres en espíritu." Mas bien, ha producido en ellos amargura contra los ricos, y amargura contra Dios. Uno me dijo, "Si Dios existe, es un Dios tuerto, porque no ve las injusticias que se hacen contra los pobres, y deja que los ricos se vuelvan cada vez más ricos." Ese hombre era pobre económicamente, pero no pobre en espíritu, porque echaba la culpa a Dios por la maldad en el mundo. El materialismo y la codicia se encuentran, no solamente entre los ricos, sino también, entre los pobres.

 Tampoco se puede identificar la pobreza de espíritu con un sentido de pequeñez o insignificancia ante Dios en su grandeza. Hay personas que no creen en el Dios de la Biblia, pero creen que tiene que haber algún "dios" detrás del universo, porque el universo es tan grande y complejo. Ante este "dios" desconocido, se sienten pequeños e insignificantes. Algunos dicen, "Tiene que haber algo, porque el mundo no podría haberse hecho solo." No obstante, su aparente humildad no significa que sean "pobres en espíritu," porque uno puede sentirse pequeño o insignificante ante un dios desconocido, sin sentirse rebelde y culpable ante el Dios santo y verdadero.

 ¿Qué es la pobreza en espíritu, pues? La mejor definición que conozco es "el reconocimiento personal de la bancarrota espiritual." Los pobres en espíritu son los que sienten la gran deuda que tienen con Dios por causa de sus pecados. En la esfera económica, un hombre puede ser pobre, sin haberse declarado en quiebra. Puede estar sin dinero en su cuenta, sin tener los números de su cuenta en rojo. Antes de pecar contra Dios, nuestro primer padre Adán se sentía pequeño ante Dios; manifestaba un espíritu humilde. Los ángeles del cielo, también, manifiestan humildad cuando cubren sus rostros y sus pies en la presencia de Dios. Reconocen su pequeñez y su condición dependiente como criaturas de Dios; pero no tienen que confesar sus deudas a Dios como transgresores, porque nunca han pecado.

 La pobreza en espíritu, por tanto, es más que mera humildad. Implica un sentido profundo de estar en deuda con Dios, y totalmente sin recursos de pagar esa deuda. Un ejemplo clásico de la pobreza espiritual se ve en el públicano que aparece en la parábola de Jesus; él no se sentía digno de alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.

 Los pobres en espíritu han aprendido una gran verdad, y esta verdad llega a ser el fundamento de su relación con Dios. No pueden pagar sus deudas a Dios, ni tampoco apoyarse en sus propias obras para justificarse a Dios, porque espiritualmente y moralmente, no tienen nada que puedan sacar de sí mismos para encomendarse a Dios. Lo único que pueden hacer es apelar a la misericordia de Dios, trayéndole nada más que sus carencias y su necesidad.

 En el Antiguo Testamento, la palabra "pobre" se refiere en muchas ocasiones al pueblo de Dios en su condición oprimida e indefensa. A menudo, el remanente de creyentes en Israel se encontraba en situaciones de gran crisis y necesidad-- por ejemplo, cuando la nación se apartaba de Dios y caía en la apostasía, o cuando era atacada por otras naciones, o llevada al cautiverio. En esos momentos, los fieles en Israel no podían hacer nada más que clamar a Dios y refugiarse en su misericordia. Los pobres en espíritu se distinguen del resto de la humanidad, porque en su hora de necesidad, buscan a Dios.

 Hablando de sí mismo, el rey Davíd dice, "Este pobre clamó, y le oyó Jehová; y lo libró de todas sus angustias". Los pobres del Señor no son todos los que se encuentran en dificultades, sino aquellos que buscan al Señor en sus dificultades y que se apoyan en él. Los pobres en espíritu son los que saben que no tienen ningún recurso en sí mismos para defenderse ni salvarse de sus enemigos, ni tampoco para liberarse de las deudas espirituales que tienen con Dios. Están en quiebra moral y espiritual, y su gran necesidad es que Dios libremente y gratuitamente venga a rescatarles, perdonarles, limpiarles, y librándoles de sus pecados.

 El gran mensaje de la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es que Dios está con tales personas. Se acerca a ellos para ayudarles. Isaías 57:15-- "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados." Isaías 66:2-- "Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra."

 ¿Cómo se ve que un hombre es "pobre en espíritu"? En primer lugar, deja de justificarse ante Dios. Su boca se cierra ante la ley de Dios, y no puede hacer nada más que inclinar la cabeza y reconocer su culpabilidad ante un Dios santo, bueno, y justo. No puede apelar a ninguna cosa buena en sí mismo para absolverle de sus deudas con Dios. Como el hijo pródigo, va al Padre Celestial y le dice, "He pecado. . .ten piedad de mí, Señor".

 Es una de las grandes paradojas del evangelio el que Cristo pronuncie las riquezas de reino sobre los pobres en espíritu. Es como si hubiera dicho, "Los más ricos en este mundo son los más pobres." ¡Qué paradoja! Sin embargo, es así, porque solamente cuando sentimos nuestra indigencia espiritual, buscamos a Cristo, y en Cristo, encontramos todas las riquezas que nos faltan a nosotros. En Cristo encontramos una justicia perfecta que cubre nuestras injusticias. En Cristo encontramos libre entrada al cielo y paz eterna con Dios. Por lo tanto, pobreza en espíritu es la primera piedra en el templo de bendición, el primer escalón en la sagrada escala que son las Bienaventuranzas.

 En esta bienaventuranza, vemos la gran diferencia entre la ley en lo que puede hacer para el hombre y el Evangelio. En su propia naturaleza, como un pacto de obras, lo único que nos puede hacer la ley es convencernos de nuestra indigencia espiritual. No puede enriquecernos en absoluto, sino sólo mostrarnos nuestra carencia total de virtudes y excelencias morales, sacando a la luz el pecado y rebelión que hay en nuestro corazón. De este modo, la ley de Dios nos despoja de una justicia propia, y nos deja "desventurado, miserable, pobre, ciego, y desnudo."

 Ahora bien, en ese campo de desolación y desesperación, Cristo nos alcanza, y pronuncia su bendición sobre nosotros. La primera bendición de su reino es pronunciada, no sobre un hombre distinguido por sus virtudes, sino sobre el hombre que reconoce sus carencias. "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de Dios." Con estas palabras, los pobres en espíritu son levantados del estercolero, y colocado, no entre los jornaleros, sino entre los príncipes del reino.

 En esto vemos el carácter totalmente gratuito del evangelio. Carlos Spurgeon tiene un comentario maravilloso sobre esta bienaventuranza. Dice Spurgeon, "La gracia se ve claramente como gracia cuando cuando se fija en primer lugar, no en la pureza, sino en la pobreza, no en los que demuestran misericordia, sino en los que necesitan misericordia, no en los que son llamados hijos de Dios, sino en los que claman, "No somos dignos de ser hijos de Dios."

 Dios no quiere nada de nosotros excepto nuestra necesidad, porque nuestra necesidad le da lugar para manifestar su abundancia. . .no lo que tengo, pues, sino lo que no tengo, es el primer punto de contacto entre mi alma y Dios. Los buenos traen su bondad, los piadosos sus ceremonias, los sabios su sabiduría-- y todos son rechazados. Mas el pobre en espíritu viene con su completa indigencia espiritual y es recibido en seguido. Así como el médico busca el pobre, como el altruista busca el pobre, así el Salvador busca a los que le necesitan, y sobre ellos derrama las bendiciones del reino."

 Algunos caen en el error de pensar que haya algún mérito en sentirse pobre en espíritu. Creen que los sentimientos de pobreza que tienen que les califican para venir a Cristo y ser bendecido por él. Hay otros que se entritecen porque no sienten más profundamente su necesidad espiritual. Dicen, "Ojalá pudiera sentir mi pobreza espiritual, pero mi corazón es como una piedra, fría y muerta." Si esta es tu condición, acuérdate de una cosa. Los que son realmente pobres en espíritu no pueden encomendarse a Cristo ni siquiera por los sentimientos de pobreza que tienen. No se sienten tan pobres como quisieran sentirse. Se encuentran pobres tanto en sus sentimientos como en sus virtudes.

 Si no encuentras nada en ti mismo para encomendarte a Dios, ni siquiera sentimientos "adecuados" de pobreza espiritual, entonces, estás realmente pobre en espíritu-- ¿no es así?-- y en esa pobreza, puedes venir al Señor Jesus, para que te salve de tus pecados. A lo mejor, piensas que no puedes venir a Cristo hasta que tengas una convicción más profunda de tus pecados. Ese pensamiento es un engaño. Los que creen que no pueden venir a Cristo con un corazón quebrantado, pueden venir a él para un corazón quebrantado, y él se lo dará. Todo lo que necesitamos para dar el primer paso en la vida cristiana, se halla en Cristo, y no en nosotros mismos.

 Que el Señor te enseñe, querido lector, tu propia pobreza espiritual, a fin de que, despojado de toda confianza falsa, puedas regocijarse en la promesa del Señor a los espiritualmente indigentes-- ". . .de ellos es el reino de los cielos."

Escribió: Martín Rizley,
España

Para su edificación espiritual, lea la Biblia aquí.
 



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